Ser viento.
martes, 23 de octubre de 2012
Metáforas.
- Las metáforas son... ¿cómo puedo explicarlo? Cuando hablas de algo comparándolo con otra cosa.
- ¿Es algo que se usa en poesía?
- Sí, también.
- ¿Por ejemplo?
- ¿Cuándo decís "el cielo llora" qué significa?
- Que está lloviendo
- Sí, muy bien. Eso es una metáfora.
- Es fácil entonces. ¿Por qué tiene un nombre tan complicado?
- Los hombres no tienen nada que ver con la complejidad o simplicidad de las cosas.
-Estaba leyendo algo ayer: "El olor de los barberos me hace sollozar en voz alta" ¿Eso también es una metáfora?
-No, no exactamente.
-Me gustó también cuando escribió "Estoy cansado de ser hombre" Eso me pasa a mí también, pero nunca supe cómo decirlo. Me gusto mucho cuando lo leí.
- ¿Por qué "el olor de los barberos me hace sollozar en voz alta"?
- Veras, Mario. No puedo explicártelo en palabras distintas a las que ya usé. Si la explicas, la poesía se vuelve banal. Mejor que cualquier explicación es la experiencia de los sentimientos que la poesía puede revelar a una naturaleza dispuesta a entenderla.
diálogo entre Neruda y su cartero (Il Postino).
viernes, 22 de junio de 2012
La música-hombre
lunes, 4 de junio de 2012
Y si. Si soy una idiota, incapaz de dominar lo que pienso, soñadora empedernida, vivo haciéndome ilusiones de imposibles.
Que bueno ser así de idiota, con esperanzas. Si no sería bastante infeliz. Yo sé que no voy a dejar de ilusionarme, aunque me queje o me duela. En una de esas, aprobé.
Soy un quilombo ¿por qué me contradigo todo el tiempo? Soy toda una contradicción. Si me importa aprobar, ¿por qué no estudio? No estudio porque me va bien igual. Maldita buena suerte, maldita buena memoria. Maldita.Ahí está, de vuelta: otra contradicción.
¿Qué me pasara cuando vea en el papel, al lado de mi nombre, mi primer desaprobado facultativo? Encima, de literatura. Irónico.
¡Que lindo es leer! Es como si sin mis libros no sería yo. La Agustina que soy no existiría, sería como morirme. Espero que falte mucho para mi muerte. Soy joven, todavía me faltan muchas desilusiones más.
Que escaleras de mierda. Que suerte que no hay nadie. Cuando hay mucha gente me da vértigo, siento que me caigo. Parezco una bebe que recién aprende a caminar subiendo así, pegada a la pared, agarrada de la baranda. Che, a ese lo conozco... ¡Ya sé! Con él hablé como dos horas, esperando el Plaza en Cerrito y Santa Fe. Sí, es el mismo. Me acuerdo que me contó que estudiaba Historia en Humanidades. Le respondí que yo Periodismo, pero no le hablé de Letras. ¿Por qué nunca cuento eso? Sí, es él. Casi de mi misma altura, apenas más alto. Despeinado, alpargatas. A ver si me reconoce. No creo, fue hace mínimo dos meses ¿Lo saludo? No, cualquiera. ¿Habré aprobado?
Que loco ¿no? Encontrarme con alguien que conocí accidentalmente, hace mucho tiempo y en una calle porteña. Si creyera en el destino y sus señales tendría que pensar que el Cosmos me quiere decir algo: ese chico es para vos. Si se lo contara a alguien me diría: "No existen las casualidades, por algo pasó" NO. Yo sí creo en las casualidades (y en saber aprovecharlas; no soy buena en eso) Yo creo que en la vida la suerte juega un papel más importante del que quisieran admitir. Claro, pero aceptarlo sería como perder el control. Como dice Woody, no deberíamos dejarnos engañar, de eso depende gran parte de nuestra existencia. Ilusos. (Hipócrita). ¿Habré aprobado?
A ver. Gallardo...G....G ¿dónde está? Acá. No puedo creer, aprobé. Maldita buena suerte.
Tarde, siempre llego tarde. Que escaleras de mierda. ¿Es joda? Ahí, de vuelta "el chico del Plaza"
Casualidad. Causalidad.
Que locura.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Creo que mi mirada inocente ya no engaña.
En realidad, por la extraña manera de asociar que tenía tu cabeza, o la parte que fuese, de relacionar conceptos. De repente, esa caída que había pasado porque el piso estaba un poco levantado era reflejo de que estabas por volver a equivocarte. No quiero caer más en la misma trampa, te repetís antes de cruzar la última esquina y mirar a los dos lados por si aparece. Repasas una lista de sinsabores, reafirmas tu nueva decisión de dejar de ilusionarte así de gratis, así de fácil.
Estabas llegando, apuraste un poco el paso. Por el apuro, por el hambre, por el sueño, porque estabas pensando como te miraba cuando te contaba algo, no viste que en donde estabas por pisar la vereda estaba apenas levantada. Torpe, te caíste al piso. Esta vez no lo pudiste evitar. Después de ver que no te habías lastimado, que era solamente un raspón, te preguntaste que habrían pensado los que te vieron sonreírte después del golpe. Y bueno, ellos no sabían de tus asociaciones raras, de que te diste cuenta que preferías seguir caminando rápido, que preferías caerte una y mil veces más.
miércoles, 11 de abril de 2012
De aquella unidad-
en misterio: impolutos, lejanos.
Que las respuestas se escapen,
se resistan, que me burlen.
Que tu mirada sea un enigma,
regalame pistas que me acerquen.
Que tu frente parezca rasa, para que
descrubra después sus infinitos recovecos.
Porque prefiero permanecer
en la incertidumbre de tu semblante,
que oculta.
Porque prefiero gastar tiempo
adivinandoté.
Así, cuando no haya más misterios,
cuando tu esencia (y la mía) se releven,
y conozca de memoria
el laberinto de tus recovecos,
pueda mirarte y mantener la mirada,
porque ya sabré lo que hay detrás.
lunes, 9 de abril de 2012
Se cortó la luz.
Acostada en la cama, marco el tic tac que me acostumbro el reloj (ahora apagado), con mis pies. Tic Tac. Y aunque no quiera, pienso, me acuerdo e invento historias que no hay, y con ellas, mato el tiempo. Literalmente, lo mato: no hay más tic tac, no hay reloj. Solamente yo.
En mi historia, tampoco había electricidad y tenía una vela al lado mío. Y tirada desde mi cama, veía que se actuaban varios de mis recuerdos. Como yo era la directora, los cambiara a mi antojo y hacía que mi historia se modificará. Mi Yo que actuaba los recuerdos, se rebelaba contra mí y mis cambios caprichosos. Teníamos algo en común: no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Convencía a los demás personajes que estaban con ella y me ataban de pies y manos; me ponían un pañuelo en la boca. Sin director, la obra de teatro tomaba cursos disparatados. Desesperada, me ingeniaba para agarrar la vela, y quemar el cuarto, la cama. Prendí fuego a los personajes que estaban haciendo de mis vida, mis recuerdos y mi historia lo que ellos querían y no lo que había sido, o debería ser. Con ellos, me iba yo también, pero aliviada de que todo había sucedido como yo había querido.
Por suerte, era sólo una historia para matar el tiempo. Por suerte, era sólo algo que estaba inventando. Por las dudas, soplé y apagué la vela. No sea cosa que prenda fuego el cuarto, a mi o a mis recuerdos.
miércoles, 4 de abril de 2012
Esa sagrada rebeldía.
domingo, 25 de marzo de 2012
Y aunque alguien me advirtió...
jueves, 22 de marzo de 2012
Mis mentiras verdaderas-
(Vargas Llosa.)
viernes, 16 de marzo de 2012
Doble filo.
viernes, 2 de marzo de 2012
Experimento.
En este experimento, de explosivos y corrosivos, tomé prestado al poeta maldito, al francés Charles Baudelaire y su poesía eterna, de dolor y amor. Lo mezclé con algunas pobres palabras, las mías, las que apenas intentan sobrevivir a este viento.
XXXIX (Charles Baudelaire)
Te doy estos versos por si acaso mi nombre
alcanzará dichoso lejanas épocas
e hiciera soñar una noche a los corazones de los hombres
como un navío ayudado por un aquilón.
Tu memoria, como las inciertas fábulas,
que fatigue al lector como un tímpano,
y por un eslabón fraternal y divino
que quede como pendido en mis rimas más altivas.
¡Ser maldito a quien, del abismo profundo
y hasta el más alto cielo, fuera de mí, no responde!
Tú, que como una sombra dejas las trazas efímeras,
y que con un pie ligero y un mirar sereno
a los necios mortales que te han juzgado amarga, tú aplastas,
estatua de los ojos de jade, gran ángel de broncínea frente.
La otra versión (mi reescritura)
Te regalo estos versos
por las dudas de que mi nombre
llegué a alcanzar lejano tiempo futuro
y pudiera hacer los corazones soñar,
como el fuerte viento que
hace que aquel barco se mueva.
Tu recuerdo, tu existencia
será eternizada en
mi mejor poesía
en los más lindos versos
atada a ellos, esposada
con cadenas hechas por fuertes dioses.
¡Maldita! Ser del abismo
más profundo, del más
alto cielo.
Si, te hablo a vos,
sombra de efímeras huellas,
misterio de miradas serenas.
Si, vos. Estatua eterna,
de ojos verdes, frente orgullosa.
miércoles, 29 de febrero de 2012
El pacto.
Nadie sabía, pero el día que la Muerte moriría se estaba acercando.
Llevaba recorriendo caminos ya casi tres milenios y sus pies le dolían. Su tarea, sobremanera monótona, le había agotado. Además, se había cansado de, adonde llegará, despertar tantas lágrimas y dolor. Le hartaba ser castigo para los pobres y arma para los poderosos. No entendía cómo algunos le tratarán de robar su deber, y se mancharán con sangre eterna sus manos, asesinando por oscuros propósitos. No quería llevarse consigo más niños que recién aprendían a jugar o jóvenes que empezaban a amar. Por todo eso, esperaba que su sombra que lo alcanzará, dejándolo descansar de tanta suciedad.
Pero antes de morir, la Muerte quiso vivir, aunque sea unos días. Le pidió ayuda a la Vida (la conocía bien, habían nacido y crecido juntos) y ésta le dio una oportunidad. Le dio forma de un joven, ya casi adulto, con el semblante y esa mirada propia de quien, ya hace mucho tiempo, es amigo de la tristeza. Sin más explicaciones e instrucciones, lo dejo en un camino que llevaba al único pueblo que no había sido conquistado por el “progreso” donde las personas aún sentían, lloraban y reían: sus corazones latían.
Sólo, desorientado, siguió las huellas, sin saber a donde conducían. Cuando llego, se sorprendió al notar que bien se estaba ahí. Había visto otras ciudades y sus alrededores y ya no quedaban lugares como ese. Ahí, había largos parques con pasto verde y suave y pequeñas flores silvestres que crecían sin ningún orden. En los grandes centros de trabajo que caracterizaban al país, no había parques, no había flores que crecieran sin que alguien las plantara en su debido lugar. Sin embargo, cuando quiso tocar una de esas flores, para sentirle el olor, ésta se volvió gris. Se dio cuenta que la condición de muerte, seguía estando en él, seguía siendo lo mismo y quizás, lo sería para siempre. Triste, siguió caminando.
Los descubrimientos que seguía haciendo, lo sorprendían más y más. Niños que reían, jugando, sin ninguno de esos nuevos robots que controlaban a los chicos para que sólo estudiaran números vacíos. Amigos que cantaban al compás de una guitarra. Dos ancianos que paseaban lentamente por la plaza principal, sin que ningún oficial intervenga y los encierre en algún hospicio. Una pareja de novios que se abrazaban sin que nadie los separara para siempre, alegando que estaban perdiendo el tiempo.
Ese pueblo le recordaba a los que se habían extinguido miles de años atrás. Ahora, era distinto. El Gobernador había hecho varios cambios. Había puesto censura a los libros, películas y canciones. Para poder ser conocidas, tenían que rendirle culto a la nueva Orden. No se permitían los días sin trabajos, las reuniones de más de dos personas. Bailar era una herejía y sonreír, un crimen. La muerte no era vista como antes, con respeto y dolor, sino con fanatismo; era algo que se quería y era un honor que llegara antes de lo estipulado. Los hombres ya no esperaban lo mismo de la vida. No buscaban ser aceptablemente felices, ya no les interesaban encontrar alguien a quien hacer mucho más que medianamente feliz. El objetivo era ahora la mediocridad, la subsistencia; todo el día trabajo, sin el mínimo resquicio de placer.
La muerte se había olvidado como era todo antes de la Orden, no estaba acostumbrada a ese funcionamiento tan fuera de lo establecido y por eso se sentía tan a gusto, en ese pueblo inexplicablemente marginado de la Orden. Un poco melancólico, nostálgico de aquello que ya no estaba, se sentó en uno de los bancos verdes que había en la Plaza Principal. De repente una joven, se puso al lado y le pregunto qué le pasaba. La muerte no le contestó, sólo la miro. Y la chica la abrazó y se fue. La parca esperó que, como la flor que había intentado oler, se muriera. Pero no.
Azorado, tardó en comprender como no le había pasado nada a aquella que lo había tratado de consolar, de confortar su mirada triste. Y era eso. ¿Cómo alguien que amara a la propia muerte podía fallecer?
Después de esta conclusión, se alejó de ese lugar, dejo el cuerpo que le había sido prestado y decidió hacer algo para preservar ese pueblo. En un acuerdo con la Vida, firmó un pacto por el que todas las fuerzas que había en ese lugar serían preservadas. Las condiciones eran que La Muerte renunciaba a su desconocida mortalidad, a su ansiado descanso. Elegía seguir siendo lo que era, en aquello que la nueva Orden había convertido en un trabajo, en una aplastante tecnicidad, a cambio de que nadie de ese pueblo tuviera que morir, o sufrir.
La Muerte había conocido y se había enamorado de la Vida, el Amor y el Arte, se sacrificaba para que ese último espacio de Verdad, Felicidad y Libertad se salvara para siempre.
martes, 7 de febrero de 2012
Ah, nene, sólo un poco de luz.
lunes, 6 de febrero de 2012
Soñe, que soñabas.
Como en un sueño, todo gira, todo va muy rápido; yo ahí en el medio de este caos, esperando tu rescate. |
Empiezo con un "creo", porque con eso que pasa mientras duermo, nunca estoy segura. Un poco de recuerdos, de cosas que ya pasé, que ya pensé; otro, de cosas extrañas para mí, y el ingrediente (que siempre me sobra) de lo que no sé explicar, lo innombrable.
Sigo con "idea", porque no sé que nombre ponerle. Es una declaración, un principio, un final. Se impone, así, de repente, con la certeza de un saber ya milenario. Pero la duda no tarda en llegar. Igual, no la quiero ni escuchar.
Lo que se me ocurrió, lo que soñé (o como fuese) es que durante un tiempo indefinido, mi sueño fue compartido.
No era nada muy especial, no pasaba nada extraño y los tuve mejores. Aunque no puedo ver claro lo que sucedía, hay una sensación que si permanece. Cuando sueño, y hay un grupo de personas, tengo la sensación de que sus acciones las decide mi yo-que-sueña. En este sueño, del que acabo de despertarme, él y yo compartíamos una sonrisa de complicidad, por sabernos los dos autócratas, libres, claro: dentro de los límites ya puestos por el sueño.
Ahora que este ensueño que fue soñado, fue dicho en voz alta, no me lo voy acordar como un sueño, sino como algo que SI paso. ¿Por qué decir que es irreal? ¿Sólo por que estaba durmiendo?
viernes, 30 de diciembre de 2011
El adiós, de nada sirve.
Pongo todo en pausa y, corriendo, me voy, me escapo (ceguera voluntaria ante este abismo). Eligo un lugar donde el tiempo no es ya un tirano que juega conmigo, si no un capricho, que deja el timón en mis manos.
jueves, 29 de diciembre de 2011
La verdad de las mentiras. Vargas Llosa.
lunes, 26 de diciembre de 2011
Estar sin estar.
martes, 13 de diciembre de 2011
El viento sopla fuerte para atrás
Escenario IIUn hombre, sólo. Entre tanto desierto desolado, soledad. De pie y con la mirada perdida, buscaba a su alrededor algún resguardo. Un viento fuerte, que lo ignoraba, movía todo el polvo y la arena del suelo, de la manera más cruel. Se había detenido y estaba en esa trampa, que su alrededor él mismo había formado desde la debacle. Había perdido ya los rastros, las huellas que lo habían llevado hasta ahí. Por eso, sin modelo a copiar ya no sabía hacia donde dirigir sus próximos pasos. Sin ese alguien que siempre había sido su modelo a seguir, a imitar, había puesto todo en pausa; y esperaba, y creía que algo iba a suceder, que le diría (como un secreto) su nuevo norte. Sin darse cuenta, se fue convirtiendo en vagabundo, de los que viajan y esperan, de los que nunca llegan a ningún lado. Se perdió en ese desierto; los ojos y su mirar se le oscurecieron, y no supieron hacer del espejismo que encontró en algunos rincones, un oasis real, uno que lo salvará. Sin darse cuenta se transformó en un soldado de lo vacío, de la nada.
A veces, el camino marcado, puede condenarnos.
lunes, 12 de diciembre de 2011
No toda soledad es triste.
Cartas a un joven poeta es un libro que recopila los textos epistolares que un joven, Franz Kappus, mantuvo con el poeta Rainer María Rilke. Esta correspondencia se inicia cuando aquel le manda al ya reconocido poeta, algunos versos que él había escrito, pidiendo por consejos. Entre algunas de las reflexiones que hace y comunica a través de sólo diez cartas, se pueden encontrar cosas como estas:
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Los envía a revistas. Los compara con otros poemas, y se preocupa de si ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (como usted me ha permitido aconsejarle) le pido que deje todo eso. Usted mira hacia afuera, y es eso lo que no ahora debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar, nadie. Hay un solo medio. Entre a sí mismo. Investigue el motivo que lo hace escribir; verifique si extiende sus raíces en el más íntimo lugar de su corazón, confiésese a sí mismo si moriría si se le prohibiera escribir. Ante todo eso: pregúntese en la más serena hora de su noche: ¿tengo que escribir? Cave en su interior para procurar una respuesta profunda. Y si ésta fuera afirmativa, si le fuera posible salir al encuentro de esta seria pregunta con el fuerte y sencillo tengo que hacerlo, construya entonces su vida de acuerdo a esta necesidad. Su vida, hasta en la más indiferente e insignificante hora, tiene que llegar a ser un signo y un testimonio de esta urgencia. Acérquese entonces a la naturaleza. Intente decir entonces, como si fuera el primer hombre, lo que ve, y experimenta, y ama, y pierde. (…) Busque por eso salvarse de los motivos generales acudiendo a lo que le ofrece su propia vida cotidiana; describa sus tristezas y deseos, los pasajeros pensamientos y la fe en alguna belleza: describa todo esto con íntima, serena, humilde sinceridad y utilice, para expresarse, las cosas que lo rodean, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su mundo cotidiano le parece pobre no le eche la culpa; cúlpese a sí mismo; cúlpese a sí mismo, dígase a sí mismo que no es suficiente poeta para extraerle sus riquezas, pues para el creador no hay ninguna pobreza, ningún lugar pobre, indiferente.
Y si al volverse hacia dentro, de ese sumergirse en el mundo propio, vienen versos, entonces usted no pensará preguntar a nadie si son buenos versos.
lunes, 28 de noviembre de 2011
Sobreimpresiones y círculos concéntricos.
Dormir y soñar son para mí la misma cosa. Y despertar, despertar es para mí como subir al fondo del mar. Como elevarme lentamente desde un abismo oceánico hasta la superficie. Y no, no me despierto del todo. Por un rato largo los sueños siguen mareando mi cerebro. Digo que estoy despierto, pero sueño. Los sueños continúan pareciendo realidad. No duermo ya, he recobrado la conciencia y sin embargo ¿por qué mí cerebro sigue destilando sus sueños, por qué los sueños no se borran, por qué se infiltran en mí conciencia y toman el lugar de la realidad? (…). Para mí, el dolor o la voluptuosidad o la tortura de mis sueños siguen vivos, aún después del sueño y en medio de la realidad diurna (…) y entonces los dos mundos se entremezclan, en mí, como dos realidades distintas pero igualmente poderosas. Soñar y vivir. ¿Cuál es la diferencia?, yo no la percibo. Los sueños deben imprimir en mí una impresión, tantas impresiones y tan profundas que lo cubrirán todo, lo dejan maculado con sus improntas; por eso después la realidad no encuentra lugar en mí, sólo una sobreimpresión que a mí cerebro le parece otro sueño (…). También soñé que soñaba ¿usted no? Claro, usted nunca debe de haber pasado el primer círculo de sueños. Pero yo sí. Yo soñé que soñaba. Y soñé que me despertaba del sueño que estaba soñando y decía – Ah! Era un sueño- y creía estar despierto. Quizás la vida sea eso. Un sueño metido adentro de otro. Quizás la vida sea el tercer sueño concéntrico del que uno se despierta cuando muere”
Sobre ellos.
era sobre oportunidades perdidas
sobre trenes que se extraviaban
y aviones que se perdían.
Pero el destino, o el azar,
se encaprichaba
en tirar una vez más los dados
en barajar una nueva mano.
Sería quizás esa,
para bien o para mal,
el último de los intentos
la última apuesta.
Si era sobre ellos,
todo cambiaba.
Ya no había canción que lo cantará.
Ya no había palabras que lo pudiesen contar.
sábado, 26 de noviembre de 2011
Rayo de sol, un día de verano.
lunes, 21 de noviembre de 2011
Y me puse a gritar, dónde estás.
Caminaban hasta que encontraron un parquecito que los invitó a no seguir más. Estaban ya cansados de tanto andar. Y ahí se estaba bien, era fresco, solitario. Estaba rodeado por círculos de árboles que, se notaba, eran muy viejos. Deben de esconder tantas historias, dijo ella. Puso un poco de música y se acostó en el pasto suave. Él sacaba su equipo de mate y, con su usual gesto de que algo le molestaba, se sentaba al lado.
En el parque no había nadie. La canción había terminado, y sólo se escuchaba el ruido de algunos pájaros que cantaban. Una brisa suave, muy suave apenas se dejaba sentir. Con los ojos cerrados y con la cara inclinada levemente hacia adelante, ella la sentía. Rompiendo la calma, decía:
- ¿Qué más puede uno pedir? ¿Qué es la felicidad, sino es esto?
Él no le contestó, y volteó su cabeza hacia ella, con una mirada que rebalsaba escepticismo, que desbordaba soberbia. Que inocente, que ilusa, pensó. Como se nota que le falta vivir un poco.
Ahora habían pasado más de treinta años, y así la recordaba. Una chica que a pesar de haber sufrido, encontraba la felicidad cuando una brisa soplaba en un parque verde. Soñadora, sonreía cuando había luna. Se maldecía una y otra vez por haberse creído superior, por no haber dejado que ella lo contagie de eso que la invadía. Por haber mirado tanto para abajo y no para arriba o...más para ella, por no tirarse en el pasto suave de alguna plaza escondida.
Ya había pasado mucho tiempo. Pero cuando caminaba por alguna calle poco transitada y veía árboles con flores violetas, la buscaba. No entendía bien porque pero sabía que, irremediablemente, la iba a volver a encontrar. Una vez, en alguna estación, ella le había gritado, hasta siempre, Mi amor.
domingo, 20 de noviembre de 2011
"No somos adultos. Es un mérito, pero se paga caro"
Me quiero quedar a vivir, quiero mudarme, a la eterna, a la dulce melancolía que tan bien sabe usted, Julio Cortazar, crear. De la mano de Oliveira, y La Maga y sus encuentros espontáneos en el Ponts des Arts, porque "la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico."
sábado, 19 de noviembre de 2011
La historia del árbol que lloraba.
La tarde de uno de esos días tan calurosos, que el cuerpo pesa. Uno de esos días que invita a quedarse a la sombra, en algún lugar fresco, hasta la hora que el sol bajara un poco y el aire se volviera respirable.
Se puso sus alpargatas blancas y salió a buscar a Lucía, la chica con la que hace ya dos dos años pasaba sus tardes, las noches y sus amaneceres. Cuando entró, la vio sentada, con una pierna colgando y la otra sobre la silla. La mirada fija, y perdida, en la pared despintada que tenía enfrente. Sus manos doblaban y desdoblaban un papel ya arrugado. Doblaba y desdoblaba. Su estado, a pesar de haber entrado Juan, no vario en nada. Él supo, enseguida que algo le pasaba.
Sin decir nada, se sentó en frente y esperó que ella le dijera qué era lo que le había robado su acostumbrada sonrisa. Se miraron, y ella empezó a gritar una letanía de sinsentidos que él prefirió no escuchar. La miraba, gritar, caminar, y aunque molesto por los planteos, pensaba cuanto la quería. Cuando, escucho el final, se arrepintió de no haberle prestado atención al resto.
- …Juan, no sé. Ya es distinto. Antes de que llegarás, estaba pensando que no quería verte. Ayer no soñé con vos. Te miro y… no siento. Ándate Juan.
Él no se movió. Pero ella sí, se fue, dejándolo ahí. Ya, sin corazón y con el orgullo herido, espero que volviera, pero nunca lo hizo. Pasó una hora y se fue, a su casa, no tenía nada que hacer ahí. Cuando entró a su casa, su papá lo estaba esperando para decirle si no podía plantar en el jardín de enfrente el árbol que estaba afuera. Lo miró y decidió que era más fácil hacer lo que le había pedido, que decirle que no y explicarle lo que había pasado (que además, no entendía bien).
Salió afuera y había una maceta con un árbol muy chiquito. No era complicado, lo que tenía que hacer y lo iba a ayudar a sacarse un poco de lo que tenía adentro. Se cargo la pala y cruzó. Con furia empezó el trabajo. No lo estaba haciendo a conciencia. Su mente trataba de entender, de ver que había pasado. Su alma intentaba convencerse de que había sido un sueño, que nada era real. Pero el dolor que sentía, estaba ahí, recordándole que estaba bien despierto, y que SI había pasado. Esa tristeza que le calaba hasta los huesos, la sentía por primera vez en su vida y no lo dejaba olvidar. Por primera vez sus lágrimas recorrían, como un océano, su cara y caían en el suelo, formando ríos imaginarios.
Cuando termino de plantarlo, se limpió la cara y volvió a su casa.
El tiempo pasó. Juan y Lucía no se vieron más. Ella lo fue a buscar, y él no estaba. Él la buscó y no la encontró. Lucía se fue a vivir a otra provincia. Juan nunca la llamo, a pesar de querer saber si ella quiso despedirse o arrepentirse. Un poco de miedo, un poco de orgullo.
El árbol creció. El pueblo también, y ahora le dicen ciudad. Ciudad de las diagonales. El barrio en el que vivían Juan y Lucía ya no existe más, ni sus casas, ni sus calles. Solamente quedo el jardincito del árbol. Muchos lo intentaron sacar, porque “obstruía el diseño”. Pero, no se sabe porque, no pudieron. Para disimularlo, le pusieron alrededor unos bancos de cemento y unos juegos para los chicos. Hay, en frente, una casa de estudios.
Todos los años, cuando empieza el calor, el árbol llora. Triste, por las lágrimas que le cayeron en sus raíces, hace ya mucho tiempo atrás. Lagrimas de una historia que no fue, del primer amor que se rompía. Entre un suave viento, cuenta la historia a quién se sienta a su sombra y sepa escuchar. La canta, cuando el viento se mueve entre sus hojas.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Y van pasando los días, al compás de mil melodías.
Aunque siempre lo supe, comprobarlo una vez más me hace sonreír. Me encanta volver a descubrir una y otra vez la capacidad que tiene la música de hechizarme, de enredarme en sus melodías, en sus letras, en su ritmo, en sus recovecos, en su mística. Me tranquiliza saber que siempre va a ser mi refugio, fuente inagotable de paz.
Y cuando digo música, me refiero a algo que va más allá de un genero, o de un grupo. No voy a buscar definiciones, nunca me gusto. Pero si habría alguna condición para hacer música, creo que es sentir amor por ella y tener algo que decir. Una tristeza, una alegría, bronca, miedo, una historia para contar, algo que debe ser dicho. Y para disfrutarla, poder abrirse y sentir eso, que encierra una canción, cualquier canción. Llorar con las melodías melancólicas, bailar con las alegres. Y poder agregarle a esa historia que habla por sí misma, una parte propia, algo que no estaba y, quizá, la completa.
La música es llanto y consuelo para el que está triste, compañía para el que se siente sólo. Calma para el que no encuentra serenidad. Es alegría, es tristeza, es unión, es universal. Sin idiomas, sólo distintos dialectos: rock, jazz, tango, blues, reggae; siempre un iluso, adiós nonino, blues with a feeling, es la música lo que me da vida !
Sin música no hay vida, porque la vida es música.
sábado, 12 de noviembre de 2011
Por las vías del maldito Rock & Roll
Cuando llegó el momento esperado, el club estalló en silbidos y aplausos. Sonaron los primeros acordes de la noche y el recital empezaba en las calles de Buenos Aires, con Shaila Show.
En un increíble recital de poco más de dos horas, Facundo Sotto y su banda se lucieron. Tocaron temas de su último cd, Parque de depresiones: Heaven or Hell, Me estás tratando mal, Esperándote, Camellos; entre otras. No dejaron de hacer un recorrido de sus trabajos anteriores, incluyendo canciones como Descuida ma´ son sólo ratas, Caballo loco, Amaneciendo, Baila Baila, 100 años, Reyes de la noche, Dame.
Las luces blancas y de colores, iluminaban las formas caprichosas que el humo tomaba, y en el medio de esa magia, como un gigante, como un dios, aparecía Facu, con su voz, con sus movimientos frenéticos que no dejo de desparramar por todo el escenario. Los demás integrantes, en cada tema, le agregaban a esa noche, un sonido increíble, que hacía que la tierra temblara, y que las ganas de saltar no pararán nunca.
Se despedían, pero había algo que los tenía como atrapados: su público que siempre pedía un poco más. Se despedían, sí, pero la música volvía a sonar una vez más.
Pasadas las 12 de la noche, se iban. Eran los Reyes, los reyes de la noche y sus súbditos gritaban hasta la próxima. El humo todavía flotaba en el aire y sus figuras resaltaban. Todo fue aplausos, todo fue salto, música, música, música.
miércoles, 9 de noviembre de 2011
La palabra; sol.
Mientras reflexionaba sobre esto, había entrado a una cafetería lúgubre. No sabía si por la decoración del lugar o por la idea de saberse solo, mal acompañado y sin un lugar cálido, donde resguardarse de esa lluvia fría y húmeda, que le calaba los huesos hasta hacerle sentir que no tenía ropa, que no tenía piel; aquel frío Julio porteño le congelaba.
Frío. Palabras. Palabras, decía y pensaba, tratando de entender por qué eran lo que eran, quiénes las habían hecho, quién le había dado contenido a un continente vacío. Pensaba también, en nuestra inevitablemente dependencia a ellas. Porqué si no existieran, ¿cómo decirle a ella cuanto la quería?. Cómo decirle lo linda que se veía cuando la luz del sol naciente que entraba por la única ventana, iluminaba su mejilla derecha; reduciendo todo su cuerpo a esa minúscula parte iluminada: la punta de la nariz, las pestañas sobre el ojo cerrado, y una boca semi abierta.
Y de repente se daba cuenta de que, aunque no le gustaba depender de nada, había dos cosas que lo encadenaban. Las palabras, con sus secretos y su baraja de posibles nuevas realidades y la visión (sólo suya) de ella, su mejilla, y el sol que amanecía en su departamento viejo.
Volviendo a unos de sus últimos sorbos de un café ya casi frío, ya muy amargo, pensaba que éste era el sentido de las palabras (su mente funcionaba como un péndulo). A través de ellas, se puede dar nombre y forma a una realidad que, antes, no estaba o alguien había movido de enfoque. Para los demás, él era Nicolas, era las palabras que decía, las que callaba.
Estaba de acuerdo consigo mismo, también sobre lo conveniente que sería que algunas palabras no existieran. Desamor, heridas, sufrimiento, despedida. Sí, exclamaba (en voz alta, levantando miradas suspicaces en ese lúgubre bar). Esa era la solución; no nombrarlo. Así, no habría dolor, así no habría nada que no quisiese.
Con la cabeza un poco más ordenada, o eso por lo menos se había dicho, pagó el café que había tomado y decidía no volver a ese lugar. Así, los cadáveres, las sombras de las palabras que había decidido borrar, no lo perseguirían.
Cuando llego a su departamento viejo, se sentó en el lado izquierdo de la cama y se dio cuenta. Ahora sabía que por más que no la nombrase, por más que eliminara las palabras que la mencionaban y recordaban, ella seguiría estando ahí, del lado de la cama que entra la luz del sol. Y aunque parecía no estar, las sábanas aún mantenían su forma.
Maldita, pensaba. Y se preparaba para salir. Por primera vez hace ya mucho, salía con un rumbo fijo, había algo que hacer.
En su auto, viajo hasta el cementerio.Nunca le había gustado ir porque la lápida con un nombre y un cajón que guardaba sus restos, no eran ella, no estaba ahí. Pero esta vez era distinto. Imaginándola ahí, sentada en la posición que solía adoptar, con un vestido que resaltaba su mirar, le habló.
Le contó que ahora sabía porque las sábanas cuidaban sus formas, porque la almohada recordaba su perfume. Ya entendía porqué aunque no la nombrará, el sol seguía entrando por la ventana buscando su cara para iluminar. Lo que los unía iba más allá de morir o vivir, dijo como si fuera algo que siempre hubiera sabido.
No necesitaban palabras para existir.
domingo, 6 de noviembre de 2011
El Gran pez.
El Gran Pez es la historia de muchas historias. Es una ficción sobre ficciones. Cuenta la relación de un padre y de un hijo y su desarrollo, su crecimiento. A través del personaje de padre (realidad a mitades, fantasía por todos lados) e hijo (realismo, verdades absolutas) dos formas de ver la vida o de vivirla entran en discusión. Uno que contaba su historia; él otro que, en vez de creer, la buscaba entre papeles y documentos firmados.
La muerte, o su rumor, aparecen para cambiar las cosas. Poco a poco Bloom hijo aprende que por mucho tiempo había buscado algo que tenía en frente de sus ojos, que había sido sordo y ciego.
Al final, un río. Al final, por fin, la verdad. Iluminados por el brillo del sol que se refleja en el agua calma, todos los personajes. El gigante, la bruja, el dueño del circo.
Al final, el que contaba los cuentos, escucha uno. Al final, el incrédulo cuenta la más linda de las historias. Y el gran pez sigue nadando en el río, para que alguien lo pesque con un anillo de oro, haciéndose eterno.
Hay un tiempo cuando uno necesita pelear, y un tiempo en que se necesita aceptar que su destino está perdido, que el barco ha zarpado y solo un tonto continuaría. La verdad es que siempre he sido un tonto
(Como Bloom, viviendo entre la verdad que yo elijo, con las fantasía que yo me invento)
lunes, 31 de octubre de 2011
Inception.
jueves, 27 de octubre de 2011
Pero algún día me dejaste entrar.
miércoles, 19 de octubre de 2011
A 7 rayuelas.
( 7 ), Rayuela. Julio Cortázar.
viernes, 14 de octubre de 2011
Astro rey.
De las cosas que llevaban, me dejaron un par.
Por ejemplo: cuatro hombres van por un sendero. Aparece una granada volando.Uno de ellos salta sobre la granada y "absorbe" la explosión, pero es una granada muy fuerte y todos mueren. Antes de morir, sin embargo, uno de los soldados dice "¿Por qué lo hiciste?", y el que saltó dice: "Es la historia de mi vida", y el otro trata de sonreír, pero está muerto.
(Las cosas que llevaron. Tim O´Brien.)
lunes, 10 de octubre de 2011
Cortazar.
jueves, 29 de septiembre de 2011
Complices.
miércoles, 28 de septiembre de 2011
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía.
El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.
Galeano.
domingo, 25 de septiembre de 2011
Cada loco con su tema .
miércoles, 14 de septiembre de 2011
En este banco verde.
Bautista escuchaba atento lo que su abuelo le estaba contando. Siempre se habían llevado muy bien y se entendían como si fueran la misma persona. Esa tarde, su mamá, con los ojos vidriosos, le había dicho que entrará al cuarto del abuelo para despedirse. No había entendido bien. Pero ahora, que estaba ahí adentro y que había escuchado un tono distinto en las historias que tanto le gustaban, había visto que era un adiós distinto, uno que nunca había dicho. Siguió escuchando lo que su abuelo le estaba contando.
- Yo me acuerdo, cuando era chico como vos, esperaba esas tardes de verano. Me sentaba en el banco verde del centro de la plaza y esperaba, esperaba el sonido de su repicar, de su carnaval (o re-carnaval, como me gustaba decirle). Y cuando empezaba a adivinar sus movimientos, sus sonidos todo el mundo a mi alrededor desaparecía. Me hundía en su ritmo y era estúpidamente feliz. Cuando salía de ese sopor los miraba un rato más, me costaba escapar de sus carcajadas. Y me volvía para casa.
El abuelo tomó un poco de agua; hablar ese día le estaba costando más de lo acostumbrado. Bautista se acomodó, impaciente.
- Me encantaba verlos y soñar con que un febrero yo sería el que encabezará esa fila. Pero había algo que no entendía. No podía entender como nadie más se sentaba conmigo en el banco verde a mirarlos. Parecía como si fueran invisibles a los ojos del resto. Pero yo no estaba loco y ellos estaban ahí todas las tardes de febrero. ¡Cómo podía ser que no mirarán!. Eso pensaba yo, cuando era así como vos. Chico y soñador. Pero un día yo también deje de mirarlos. Fue un año que me olvide de febrero, lo perdí, en algún trabajo, en alguna mujer. Y al siguiente fui cobarde, y no me senté en el banco verde, y no esperé verlos venir.
La puerta del cuarto se abrió. Era la mama de Bautista que entraba para darle un remedio a su papá. Cumplió con su tarea y se fue, sabiéndose de más.
- ¿Sabes por qué te cuento esto Bau? - Bautista sonrió, siempre le había gustado que él le dijera así. - Porque yo te conozco, y me reconozco en vos. Y por eso te quiero pedir algo. Quiero que vayas a la plaza y te sientes en el banco verde. Y que esperes, que esperes y que no te olvides.
Esa misma tarde Bautista fue a la plaza. Y llevó la armónica para jugar con algo mientras esperaba. El sonido no tardó mucho en dejarse escuchar. Mientras el sol regalaba sus últimos rayos por ese día e iniciaba su lenta caída, el polvo de la calle se empezó a levantar. Unos pasos, profundamente rítmicos, se veían venir por la calle. Un desfile, en fila india, de muchas personas fuertes y sonrientes nacía a lo lejos.
Atónito, Bautista miraba a su alrededor, quería ver si era verdad que ya nadie miraba. Y si, el abuelo tenía razón. Todos andaban perdidos, en días sin más febreros, sin más alegrías. Decidido, se atrevió no sólo a no olvidar sino a seguir ese carnaval. Tuvo la valentía de no volver. De no salir del trance que lo había hecho "estupidamente feliz". Y se unió al desfile, sin saber tampoco si era una fiesta o una guerra. Además de esa forma, no tendría que despedirse del abuelo
Y así, de vez en vez, alguno se les unía. En cada ciudad, encontraba alguna mirada, de esas que no solamente ven, sino que miran. Ojos especiales, como los tuyos, como los míos que clavados en una calle que no viene ni va ningún lado esperan, en una plaza, en este banco verde, la entrada de los fantasmas de carnaval.
(Todo, a partir de una canción)