lunes, 9 de abril de 2012

Se cortó la luz.

   Cuando no hay luz, todo es diferente. Las sombras son más largas, el tiempo va más despacio. El día es más corto y la noche gana terreno. Es como si retrocediera en el tiempo, en la evolución. La luz que da una vela prendida, la única forma de ver, alumbra una pequeña circunferencia alrededor y caminamos despacio, como si fueran nuestros primeros pasos, cuidando de no chocar con nada alrededor.  
   Acostada en la cama, marco el tic tac que me acostumbro el reloj (ahora apagado), con mis pies. Tic Tac. Y aunque no quiera, pienso, me acuerdo e invento historias que no hay, y con ellas, mato el tiempo. Literalmente, lo mato: no hay más tic tac, no hay reloj. Solamente yo. 
   En mi historia, tampoco había electricidad y tenía una vela al lado mío. Y tirada desde mi cama, veía que se actuaban varios de mis recuerdos. Como yo era la directora, los cambiara a mi antojo y hacía que mi historia se modificará. Mi Yo que actuaba los recuerdos, se rebelaba contra mí y mis cambios caprichosos. Teníamos algo en común: no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Convencía a los demás personajes que estaban con ella y me ataban de pies y manos; me ponían un pañuelo en la boca. Sin director, la obra de teatro tomaba cursos disparatados. Desesperada, me ingeniaba para agarrar la vela, y quemar el cuarto, la cama. Prendí fuego a los personajes que estaban haciendo de mis vida, mis recuerdos y mi historia lo que ellos querían y no lo que había sido, o debería ser. Con ellos, me iba yo también, pero aliviada de que todo había sucedido como yo había querido.
Por suerte, era sólo una historia para matar el tiempo. Por suerte, era sólo algo que estaba inventando. Por las dudas, soplé y apagué la vela. No sea cosa que prenda fuego el cuarto, a mi o a mis recuerdos. 

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