Acostada en la cama, marco el tic tac que me acostumbro el reloj (ahora apagado), con mis pies. Tic Tac. Y aunque no quiera, pienso, me acuerdo e invento historias que no hay, y con ellas, mato el tiempo. Literalmente, lo mato: no hay más tic tac, no hay reloj. Solamente yo.
En mi historia, tampoco había electricidad y tenía una vela al lado mío. Y tirada desde mi cama, veía que se actuaban varios de mis recuerdos. Como yo era la directora, los cambiara a mi antojo y hacía que mi historia se modificará. Mi Yo que actuaba los recuerdos, se rebelaba contra mí y mis cambios caprichosos. Teníamos algo en común: no le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Convencía a los demás personajes que estaban con ella y me ataban de pies y manos; me ponían un pañuelo en la boca. Sin director, la obra de teatro tomaba cursos disparatados. Desesperada, me ingeniaba para agarrar la vela, y quemar el cuarto, la cama. Prendí fuego a los personajes que estaban haciendo de mis vida, mis recuerdos y mi historia lo que ellos querían y no lo que había sido, o debería ser. Con ellos, me iba yo también, pero aliviada de que todo había sucedido como yo había querido.

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