sábado, 12 de marzo de 2011

El hombre ilustrado. Ray Bradbury.


Una noche, mientras me estaba sirviendo, mi amigo camarero, Laurent, que trabaja en la Brasserie Champs du Mars cerca de la torre Eiffel, me habló de su vida.

- Trabajo de diez a doce horas, a veces catorce- me dijo- y a medianoche me voy a bailar, bailar, bailar hasta las cuatro o cinco de la mañana, y me acuesto y duermo hasta las diez, y luego arriba a las once a trabajar diez o doce horas.
- ¿Cómo consigue hacerlo?- le pregunté.
- Fácilmente –dijo-. Dormir es estar muerto. Es como la muerte. Así que BAILAMOS, BAILAMOS PARA NO ESTAR MUERTOS. No queremos que eso ocurra.
- ¿Qué edad tiene usted? –le pregunté.
- Veintitrés- dijo sonriendo-. ¿Y usted?
- Setenta y seis –dije-. Y yo tampoco quiero estar muerto, pero no tengo veintitrés. ¿Qué puedo hacer?
- Sí –dijo Laurent, inocente y todavía sonriendo-, ¿qué hace usted a las tres de la mañana?
- Escribir –dije al cabo de un momento
- ¿Escribir? –dijo Laurent, asombrado-. ¿Escribir?
- Para no estar muerto –dije
-, como usted.

¿Cuál es en verdad la coreografía con que engaño a la muerte?

Mis melodías y mis números están aquí. Han llenado mis años, los años en que rehúse morirme. Y para eso mismo escribo, escribo, escribo, al mediodía o a las tres de la mañana. Para no estar muerto.