jueves, 29 de septiembre de 2011

Complices.

Hoy un bebe sonrió por primera vez cuando, al despertar, encontró la mirada de los ojos de su mamá. Así fue como nació una nueva sonrisa, que llegaba a una ciudad algo gris. Un poco tímida, nada extrovertida pero segura de algunas pocas cosas que le daban paz, salió de la calidez de aquella casa a una noche fría, sin luna.
Pasó su primera noche, sola. La pobre andaba media desorientada, no sabía bien que hacer.
Al otro día, recorría unas calles, solitarias. Todas iguales. Hasta que se cruzó con los primeros que, sin saber, la esperaban. Eran dos chicos, de ropas viejas, que con una pelota salían a jugar al terreno de enfrente de sus casas.
Creciendo así, inició un viaje, de los que no terminan. De los chicos que jugaban a la pelota, a dos viejos amigos que se reencontraban. De ahí a una chica que le gustaba cerrar los ojos, cuando andaba en bici, y sentir el aire fresco. En la cara de un aviador que hacía su último vuelo, llegó a lugares lejanos. De boca en boca, llegó hasta mí y me pidió que la cuide porque ella tenía que viajar a la luna. Decía que desde allá, haría que mil sonrisas nazcan.
Sin que me costara mucho, la hice eterna. Porque cuando desde el disco plateado ella me mira, la estoy viendo. Las dos nos reímos y después, seguimos.