Cartas a un joven poeta es un libro que recopila los textos epistolares que un joven, Franz Kappus, mantuvo con el poeta Rainer María Rilke. Esta correspondencia se inicia cuando aquel le manda al ya reconocido poeta, algunos versos que él había escrito, pidiendo por consejos. Entre algunas de las reflexiones que hace y comunica a través de sólo diez cartas, se pueden encontrar cosas como estas:
Usted pregunta si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Los envía a revistas. Los compara con otros poemas, y se preocupa de si ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (como usted me ha permitido aconsejarle) le pido que deje todo eso. Usted mira hacia afuera, y es eso lo que no ahora debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar, nadie. Hay un solo medio. Entre a sí mismo. Investigue el motivo que lo hace escribir; verifique si extiende sus raíces en el más íntimo lugar de su corazón, confiésese a sí mismo si moriría si se le prohibiera escribir. Ante todo eso: pregúntese en la más serena hora de su noche: ¿tengo que escribir? Cave en su interior para procurar una respuesta profunda. Y si ésta fuera afirmativa, si le fuera posible salir al encuentro de esta seria pregunta con el fuerte y sencillo tengo que hacerlo, construya entonces su vida de acuerdo a esta necesidad. Su vida, hasta en la más indiferente e insignificante hora, tiene que llegar a ser un signo y un testimonio de esta urgencia. Acérquese entonces a la naturaleza. Intente decir entonces, como si fuera el primer hombre, lo que ve, y experimenta, y ama, y pierde. (…) Busque por eso salvarse de los motivos generales acudiendo a lo que le ofrece su propia vida cotidiana; describa sus tristezas y deseos, los pasajeros pensamientos y la fe en alguna belleza: describa todo esto con íntima, serena, humilde sinceridad y utilice, para expresarse, las cosas que lo rodean, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su mundo cotidiano le parece pobre no le eche la culpa; cúlpese a sí mismo; cúlpese a sí mismo, dígase a sí mismo que no es suficiente poeta para extraerle sus riquezas, pues para el creador no hay ninguna pobreza, ningún lugar pobre, indiferente.
Y si al volverse hacia dentro, de ese sumergirse en el mundo propio, vienen versos, entonces usted no pensará preguntar a nadie si son buenos versos.