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jueves, 27 de octubre de 2011
Pero algún día me dejaste entrar.
Con los ojos rebalsando lágrimas, con una mirada que gritaba desilusión, los dedos crispados de enojo y sus piernas que temblaban ante un súbito impulso de correr, de huir, de escapar; miraba la escena que tanto había temido ver, la que había desterrado de su imaginación una y otra vez. Y aunque la sospecha ya existía, esta nueva certeza le resultaba devastadora. No le quedaba ni un atisbo de su más bella utopía del cual sujetarse, ya no tenía nada, lo que es peor, no era nada.