viernes, 30 de diciembre de 2011

El adiós, de nada sirve.

Pongo todo en pausa y, corriendo, me voy, me escapo (ceguera voluntaria ante este abismo). Eligo un lugar donde el tiempo no es ya un tirano que juega conmigo, si no un capricho, que deja el timón en mis manos.

jueves, 29 de diciembre de 2011

La verdad de las mentiras. Vargas Llosa.

  Desde que escribí mi primer cuento me han preguntado si lo que escribía «era verdad». Aunque mis respuestas satisfacen a veces a los curiosos, a mí me queda rondando, vez que contesto a esa pregunta, no importa cuan sincero sea, la incómoda sensación de haber dicho algo que nunca da en el centro del blanco.Si las novelas son ciertas o falsas importa a cierta gente tanto como que sean buenas o malas y muchos lectores, consciente o inconscientemente, hacen depender lo segundo de lo primero. Los inquisidores españoles, por ejemplo, prohibieron que se publicaran o importaran novelas en las colonias hispano americanas con el argumento de que esos libros disparatados y absurdos —es decir, mentirosos— podían ser perjudiciales para la salud espiritual de los indios (...) Al prohibir no unas obras determinadas sino un género literario en abstracto, el Santo Oficio estableció algo que a sus ojos era una ley sin excepciones: que las novelas siempre mienten, que todas ellas ofrecen una visión falaz de la vida. Hace años escribí un trabajo ridiculizando a esos arbitrarios, capaces de una generalización semejante. Ahora pienso que los inquisidores españoles fueron acaso los primeros en entender —antes que los críticos y que los propios novelistas— la naturaleza de la ficción y sus propensiones sediciosas. En efecto, las novelas mienten —no pueden hacer otra cosa— pero ésa es sólo una parte de la historia. La otra es que, mintiendo, expresan una curiosa verdad,que sólo puede expresarse disimulada y encubierta,disfrazada de lo que no es. Dicho así, esto tiene el semblante de un galimatías. Pero, en realidad, se trata de algo muy sencillo. Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos —ricos o pobres, geniales o mediocres, célebres u oscuros— quisieran una vida distinta de la que viven. Para aplacar —tramposamente—ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan a no tener.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Estar sin estar.

    El humo, de color casi gris, salían exhalados de esas bocas, para subir en sus caprichosas formas, haciendo extraños monigotes que distorsionaban lo limpio del aire, lo calmo de la noche. El humo, dejaba por todos lados ese olor tan dulce, tan sucio. 
    En la mesa, papeles escritos, reflejaban las huellas de una lucha de cartas, de suerte y trampa, de treinta y tres y anchos implacables o cuatros de copa (que pueden ganar). En la mesa, vasos ya vacíos, algún espontáneo río que alguien habría hecho nacer con torpeza y las botellas sin nada, o con aquel resto con gusto a nada que quedo rechazado. 
    Noche calma que terminaba con un amanecer que delataba la hora del final. La hora de otro sueño, de otra pesadilla: ese vaivén que me encadena y no quiero soltar, de otro despertar, de otro despertar.

Escenario III

martes, 13 de diciembre de 2011

El viento sopla fuerte para atrás



A veces, el camino marcado, puede condenarnos.
Un hombre, sólo. Entre tanto desierto desolado, soledad. De pie y con la mirada perdida, buscaba a su alrededor algún resguardo. Un viento fuerte, que lo ignoraba, movía todo el polvo y la arena del suelo, de la manera más cruel. Se había detenido y estaba en esa trampa, que su alrededor  él mismo había formado desde la debacle. Había perdido ya los rastros, las huellas que lo habían llevado hasta ahí. Por eso, sin modelo a copiar ya no sabía hacia donde dirigir sus próximos pasos. Sin ese alguien que siempre había sido su modelo a seguir, a imitar, había puesto todo en pausa; y esperaba, y creía que algo iba a suceder, que le diría (como un secreto) su nuevo norte. Sin darse cuenta, se fue convirtiendo en vagabundo, de los que viajan y esperan, de los que nunca llegan a ningún lado. Se perdió en ese desierto; los ojos y su mirar se le oscurecieron, y no supieron hacer del espejismo que encontró en algunos rincones, un oasis real, uno que lo salvará. Sin darse cuenta se transformó en un soldado de lo vacío, de la nada.
Escenario II

lunes, 12 de diciembre de 2011

No toda soledad es triste.

Cartas a un joven poeta es un libro que recopila los textos epistolares que un joven, Franz Kappus, mantuvo con el poeta Rainer María Rilke. Esta correspondencia se inicia cuando aquel le manda al ya reconocido poeta, algunos versos que él había escrito, pidiendo por consejos. Entre algunas de las reflexiones que hace y comunica a través de sólo diez cartas, se pueden encontrar cosas como estas:

Usted pregunta si sus versos son buenos. Me pregunta a mí. Antes ha preguntado a otros. Los envía a revistas. Los compara con otros poemas, y se preocupa de si ciertas redacciones rechazan sus intentos. Ahora bien (como usted me ha permitido aconsejarle) le pido que deje todo eso. Usted mira hacia afuera, y es eso lo que no ahora debería hacer. Nadie le puede aconsejar ni ayudar, nadie. Hay un solo medio. Entre a sí mismo. Investigue el motivo que lo hace escribir; verifique si extiende sus raíces en el más íntimo lugar de su corazón, confiésese a sí mismo si moriría si se le prohibiera escribir. Ante todo eso: pregúntese en la más serena hora de su noche: ¿tengo que escribir? Cave en su interior para procurar una respuesta profunda. Y si ésta fuera afirmativa, si le fuera posible salir al encuentro de esta seria pregunta con el fuerte y sencillo tengo que hacerlo, construya entonces su vida de acuerdo a esta necesidad. Su vida, hasta en la más indiferente e insignificante hora, tiene que llegar a ser un signo y un testimonio de esta urgencia. Acérquese entonces a la naturaleza. Intente decir entonces, como si fuera el primer hombre, lo que ve, y experimenta, y ama, y pierde. (…) Busque por eso salvarse de los motivos generales acudiendo a lo que le ofrece su propia vida cotidiana; describa sus tristezas y deseos, los pasajeros pensamientos y la fe en alguna belleza: describa todo esto con íntima, serena, humilde sinceridad y utilice, para expresarse, las cosas que lo rodean, las imágenes de sus sueños y los objetos de sus recuerdos. Si su mundo cotidiano le parece pobre no le eche la culpa; cúlpese a sí mismo; cúlpese a sí mismo, dígase a sí mismo que no es suficiente poeta para extraerle sus riquezas, pues para el creador no hay ninguna pobreza, ningún lugar pobre, indiferente.
Y si al volverse hacia dentro, de ese sumergirse en el mundo propio, vienen versos, entonces usted no pensará preguntar a nadie si son buenos versos.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Sobreimpresiones y círculos concéntricos.

DE ROSAURA A LAS 1O, MARCO DENEVI.
Dormir y soñar son para mí la misma cosa. Y despertar, despertar es para mí como subir al fondo del mar. Como elevarme lentamente desde un abismo oceánico hasta la superficie. Y no, no me despierto del todo. Por un rato largo los sueños siguen mareando mi cerebro. Digo que estoy despierto, pero sueño. Los sueños continúan pareciendo realidad. No duermo ya, he recobrado la conciencia y sin embargo ¿por qué mí cerebro sigue destilando sus sueños, por qué los sueños no se borran, por qué se infiltran en mí conciencia y toman el lugar de la realidad? (…). Para mí, el dolor o la voluptuosidad o la tortura de mis sueños siguen vivos, aún después del sueño y en medio de la realidad diurna (…) y entonces los dos mundos se entremezclan, en mí, como dos realidades distintas pero igualmente poderosas. Soñar y vivir. ¿Cuál es la diferencia?, yo no la percibo. Los sueños deben imprimir en mí una impresión, tantas impresiones y tan profundas que lo cubrirán todo, lo dejan maculado con sus improntas; por eso después la realidad no encuentra lugar en mí, sólo una sobreimpresión que a mí cerebro le parece otro sueño (…). También soñé que soñaba  ¿usted no? Claro, usted nunca debe de haber pasado el primer círculo de sueños. Pero yo sí. Yo soñé que soñaba. Y soñé que me despertaba del sueño que estaba soñando y decía – Ah! Era un sueño- y creía estar despierto. Quizás la vida sea eso. Un sueño metido adentro de otro. Quizás la vida sea el tercer sueño concéntrico del que uno se despierta cuando muere”

Sobre ellos.

Si era sobre ellos,
era sobre oportunidades perdidas
sobre trenes que se extraviaban 
y aviones que se perdían. 


Pero el destino, o el azar, 
se encaprichaba
en tirar una vez más los dados 
en barajar una nueva mano. 


Sería quizás esa,
para bien o para mal,
el último de los intentos
la última apuesta. 


Si era sobre ellos, 
todo cambiaba. 
Ya no había canción que lo cantará.
Ya no había palabras que lo pudiesen contar.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Rayo de sol, un día de verano.

Lucha entre el sol y tu copa
Entre la luz y la sombra,
el calor y la brisa; lo impoluto y el misterio
Cada mediodía, cada tarde
una hoja se complota con la otra
para no dejar pasar tus rayos de luz, Sol, 
que no quieren dañar, que no quieren lastimar
sólo, iluminar...abrazar.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Y me puse a gritar, dónde estás.

Caminaban juntos por una calle poco transitada. En la vereda, árboles habían sido plantados. En esa época, florecían para coronar su copa de flores violetas, dándole al ambiente un aire de magia. Juntos, era sin agarrarse de la mano. Les gustaba esa distancia que a veces era eterna, a veces ni se notaba. Le permitía a ella caminar a su ritmo impredecible; a él, al suyo, lento. Les gustaba porque los hacía creerse más libres.
Caminaban hasta que encontraron un parquecito que los invitó a no seguir más. Estaban ya cansados de tanto andar. Y ahí se estaba bien, era fresco, solitario. Estaba rodeado por círculos de árboles que, se notaba, eran muy viejos. Deben de esconder tantas historias, dijo ella. Puso un poco de música y se acostó en el pasto suave. Él sacaba su equipo de mate y, con su usual gesto de que algo le molestaba, se sentaba al lado.
En el parque no había nadie. La canción había terminado, y sólo se escuchaba el ruido de algunos pájaros que cantaban. Una brisa suave, muy suave apenas se dejaba sentir. Con los ojos cerrados y con la cara inclinada levemente hacia adelante, ella la sentía. Rompiendo la calma, decía:
- ¿Qué más puede uno pedir? ¿Qué es la felicidad, sino es esto?
Él no le contestó, y volteó su cabeza hacia ella, con una mirada que rebalsaba escepticismo, que desbordaba soberbia. Que inocente, que ilusa, pensó. Como se nota que le falta vivir un poco.
Ahora habían pasado más de treinta años, y así la recordaba. Una chica que a pesar de haber sufrido, encontraba la felicidad cuando una brisa soplaba en un parque verde. Soñadora, sonreía cuando había luna. Se maldecía una y otra vez por haberse creído superior, por no haber dejado que ella lo contagie de eso que la invadía. Por haber mirado tanto para abajo y no para arriba o...más para ella, por no tirarse en el pasto suave de alguna plaza escondida.
Ya había pasado mucho tiempo. Pero cuando caminaba por alguna calle poco transitada y veía árboles con flores violetas, la buscaba. No entendía bien porque pero sabía que, irremediablemente, la iba a volver a encontrar. Una vez, en alguna estación, ella le había gritado, hasta siempre, Mi amor.

domingo, 20 de noviembre de 2011

"No somos adultos. Es un mérito, pero se paga caro"


Me quiero quedar a vivir, quiero mudarme, a la eterna, a la dulce melancolía que tan bien sabe usted, Julio Cortazar, crear. De la mano de Oliveira, y La Maga y sus encuentros espontáneos en el Ponts des Arts, porque "la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo del dentífrico."

Capítulo 21.
Entre la Maga y yo crece un cañaveral de palabras, apenas nos separan unas horas y unas cuadras y ya mi pena se llama pena, mi amor se llama mi amor... Cada vez iré sintiendo menos y recordando más, pero qué es el recuerdo sino el idioma de los sentimientos, un diccionario de caras y días y perfumes que vuelven como los verbos y los adjetivos en el discurso, adelantándose solapados a la cosa en sí, al presente puro, entristeciéndonos o aleccionándonos vicariamente hasta que el propio ser se vuelve vicario, la cara que mira hacia atrás abre grandes los ojos, la verdadera cara se borra poco a poco como en las viejas fotos y Jano es de golpe cualquiera de nosotros. Todo esto se lo voy diciendo a Crevel pero es con la Maga que hablo, ahora que estamos tan lejos. Y no le hablo con las palabras que sólo han servido para no entendernos, ahora que ya es tarde empiezo a elegir otras, las de ella, las envueltas en eso que ella comprende y que no tiene nombre, auras y tensiones que crispan el aire entre dos cuerpos y llenan de polvo de oro una habitación o un verso. ¿Pero no hemos vivido así todo el tiempo, lacerándonos dulcemente? No, no hemos vivido así, ella hubiera querido pero una vez más yo volví a sentar el falso orden que disimula el caos, a fingir que me entregaba a una vida profunda de la que sólo tocaba el agua terrible con la punta de pie. Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

La historia del árbol que lloraba.

Dedicado al árbol de la facu mía.
Fue una tarde de febrero que Juan conoció la tristeza.
La tarde de uno de esos días tan calurosos, que el cuerpo pesa. Uno de esos días que invita a quedarse a la sombra, en algún lugar fresco, hasta la hora que el sol bajara un poco y el aire se volviera respirable.
Se puso sus alpargatas blancas y salió a buscar a Lucía, la chica con la que hace ya dos dos años pasaba sus tardes, las noches y sus amaneceres. Cuando entró, la vio sentada, con una pierna colgando y la otra sobre la silla. La mirada fija, y perdida, en la pared despintada que tenía enfrente. Sus manos doblaban y desdoblaban un papel ya arrugado. Doblaba y desdoblaba. Su estado, a pesar de haber entrado Juan, no vario en nada. Él supo, enseguida que algo le pasaba.
Sin decir nada, se sentó en frente y esperó que ella le dijera qué era lo que le había robado su acostumbrada sonrisa. Se miraron, y ella empezó a gritar una letanía de sinsentidos que él prefirió no escuchar. La miraba, gritar, caminar, y aunque molesto por los planteos, pensaba cuanto la quería. Cuando, escucho el final, se arrepintió de no haberle prestado atención al resto.
- …Juan, no sé. Ya es distinto. Antes de que llegarás, estaba pensando que no quería verte. Ayer no soñé con vos. Te miro y… no siento. Ándate  Juan.
Él no se movió. Pero ella sí, se fue, dejándolo ahí. Ya, sin corazón y con el orgullo herido, espero que volviera, pero nunca lo hizo. Pasó una hora y se fue, a su casa, no tenía nada que hacer ahí. Cuando entró a su casa, su papá lo estaba esperando para decirle si no podía plantar en el jardín de enfrente el árbol que estaba afuera. Lo miró y decidió que era más fácil hacer lo que le había pedido, que decirle que no y explicarle lo que había pasado (que además, no entendía bien).
Salió afuera y había una maceta con un árbol muy chiquito. No era complicado, lo que tenía que hacer y lo iba a ayudar a sacarse un poco de lo que tenía adentro. Se cargo la pala y cruzó. Con furia empezó el trabajo. No lo estaba haciendo a conciencia. Su mente trataba de entender, de ver que había pasado. Su alma intentaba convencerse de que había sido un sueño, que nada era real. Pero el dolor que sentía, estaba ahí, recordándole que estaba bien despierto, y que SI había pasado. Esa tristeza que le calaba hasta los huesos, la sentía por primera vez en su vida y no lo dejaba olvidar. Por primera vez sus lágrimas recorrían, como un océano, su cara y caían en el suelo, formando ríos imaginarios.
Cuando termino de plantarlo, se limpió la cara y volvió a su casa.
El tiempo pasó. Juan y Lucía no se vieron más. Ella lo fue a buscar, y él no estaba. Él la buscó y no la encontró. Lucía se fue a vivir a otra provincia. Juan nunca la llamo, a pesar de querer saber si ella quiso despedirse o arrepentirse. Un poco de miedo, un poco de orgullo.
El árbol creció. El pueblo también, y ahora le dicen ciudad. Ciudad de las diagonales. El barrio en el que vivían Juan y Lucía ya no existe más, ni sus casas, ni sus calles. Solamente quedo el jardincito del árbol. Muchos lo intentaron sacar, porque “obstruía el diseño”. Pero, no se sabe porque, no pudieron. Para disimularlo, le pusieron alrededor unos bancos de cemento y unos juegos para los chicos. Hay, en frente, una casa de estudios.
Todos los años, cuando empieza el calor, el árbol llora. Triste, por las lágrimas que le cayeron en sus raíces, hace ya mucho tiempo atrás. Lagrimas de una historia que no fue, del primer amor que se rompía. Entre un suave viento, cuenta la historia a quién se sienta a su sombra y sepa escuchar. La canta, cuando el viento se mueve entre sus hojas.



(Gracias a las fotos)

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Y van pasando los días, al compás de mil melodías.

No solía creer en la magia, pero recién me encontré pensando… “Que mágica es la música”.  No sé si será la hora y la certeza de que me queda un buen rato más antes de poder dormir. No sé si será que, como siempre, me quiero distraer y pienso en cualquier otra cosa. No sé, pero no importa, porque es verdad.
Aunque siempre lo supe, comprobarlo una vez más me hace sonreír. Me encanta volver a descubrir una y otra vez la capacidad que tiene la música de hechizarme, de enredarme en sus melodías, en sus letras, en su ritmo, en sus recovecos, en su mística. Me tranquiliza saber que siempre va a ser mi refugio, fuente inagotable de paz.
Y cuando digo música, me refiero a algo que va más allá de un genero, o de un grupo. No voy a buscar definiciones, nunca me gusto. Pero si habría alguna condición para hacer música, creo que es sentir amor por ella y tener algo que decir. Una tristeza, una alegría, bronca, miedo, una historia para contar, algo que debe ser dicho. Y para disfrutarla, poder abrirse y sentir eso, que encierra una canción, cualquier canción. Llorar con las melodías melancólicas, bailar con las alegres. Y poder agregarle a esa historia que habla por sí misma, una parte propia, algo que no estaba y, quizá, la completa.
La música es llanto y consuelo para el que está triste, compañía para el que se siente sólo. Calma para el que no encuentra serenidad. Es alegría, es tristeza, es unión, es universal. Sin idiomas, sólo distintos dialectos: rock, jazz, tango, blues, reggae; siempre un iluso, adiós nonino, blues with a feeling, es la música lo que me da vida !
Sin música no hay vida, porque la vida es música.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Por las vías del maldito Rock & Roll

¿El que no grita GUASONES, para qué carajo vino? Entre cantitos, las luces ya prendidas; la ansiedad hacía de la espera un tiempo bastante parecido a lo eterno. Todos cantaban, bailaban y aplaudían; Atenas pedía a gritos la salida de Guasones.
Cuando llegó el momento esperado, el club estalló en silbidos y aplausos. Sonaron los primeros acordes de la noche y el recital empezaba en las calles de Buenos Airescon Shaila Show. 
En un increíble recital de poco más de dos horas, Facundo Sotto y su banda se lucieron. Tocaron temas de su último cd, Parque de depresiones: Heaven or Hell, Me estás tratando mal, Esperándote, Camellos; entre otras. No dejaron de hacer un recorrido de sus trabajos anteriores, incluyendo canciones como Descuida ma´ son sólo ratas, Caballo loco, Amaneciendo, Baila Baila, 100 años, Reyes de la noche, Dame.
Las luces blancas y de colores, iluminaban las formas caprichosas que el humo tomaba, y en el medio de esa magia, como un gigante, como un dios, aparecía Facu, con su voz, con sus movimientos frenéticos que no dejo de desparramar por todo el escenario. Los demás integrantes, en cada tema, le agregaban a esa noche, un sonido increíble, que hacía que la tierra temblara, y que las ganas de saltar no pararán nunca.
Se despedían, pero había algo que los tenía como atrapados: su público que siempre pedía un poco más. Se despedían, sí, pero la música volvía a sonar una vez más.
Pasadas las 12 de la noche, se iban. Eran los Reyes, los reyes de la noche y sus súbditos gritaban hasta la próxima. El humo todavía flotaba en el aire y sus figuras resaltaban. Todo fue aplausos, todo fue salto, música, música, música.







miércoles, 9 de noviembre de 2011

La palabra; sol.

    Cuando las ideas no estaban claras y parecían vagar como entes inconclusos, errantes, le costaba más pensar. Era después de esos minutos de semblante oscuro, de reflexión, sin embargo cuando estaba más convencido terminaba de las conclusiones a las que llegaba. La conversación que mantenía consigo mismo sobre cuestiones tan importantes; como qué es vivir, qué es morir o la sensación reconfortante de un té caliente y un chocolate suave; era clara para él, pero le costaba plasmarla en un papel, con las palabras comunes, aquellas que todos entienden, aquellas que aparecen, por ejemplo, en un viejo diccionario en desuso.
    Mientras reflexionaba sobre esto, había entrado a una cafetería lúgubre. No sabía si por la decoración del lugar o por la idea de saberse solo, mal acompañado y sin un lugar cálido, donde resguardarse de esa lluvia fría y húmeda, que le calaba los huesos hasta hacerle sentir que no tenía ropa, que no tenía piel; aquel frío Julio porteño le congelaba.
    Frío. Palabras. Palabras, decía y pensaba, tratando de entender por qué eran lo que eran, quiénes las habían hecho, quién le había dado contenido a un continente vacío. Pensaba también, en nuestra inevitablemente dependencia a ellas. Porqué si no existieran, ¿cómo decirle a ella cuanto la quería?. Cómo decirle lo linda que se veía cuando la luz del sol naciente que entraba por la única ventana, iluminaba su mejilla derecha; reduciendo todo su cuerpo a esa minúscula parte iluminada: la punta de la nariz, las pestañas sobre el ojo cerrado, y una boca semi abierta.
     Y de repente se daba cuenta de que, aunque no le gustaba depender de nada, había dos cosas que lo encadenaban. Las palabras, con sus secretos y su baraja de posibles nuevas realidades y la visión (sólo suya)  de ella, su mejilla, y el sol que amanecía en su departamento viejo.
     Volviendo a unos de sus últimos sorbos de un café ya casi frío, ya muy amargo, pensaba que éste era el sentido de las palabras (su mente funcionaba como un péndulo). A través de ellas, se puede dar nombre y forma a una realidad que, antes, no estaba o alguien había movido de enfoque. Para los demás, él era Nicolas, era las palabras que decía, las que callaba.
     Estaba de acuerdo consigo mismo, también sobre lo conveniente que sería que algunas palabras no existieran. Desamor, heridas, sufrimiento, despedida. Sí, exclamaba (en voz alta, levantando miradas suspicaces en ese lúgubre bar). Esa era la solución; no nombrarlo. Así, no habría dolor, así no habría nada que no quisiese.
      Con la cabeza un poco más ordenada, o eso por lo menos se había dicho, pagó el café que había tomado y decidía no volver a ese lugar. Así, los cadáveres, las sombras de las palabras que había decidido borrar, no lo perseguirían.
     Cuando llego a su departamento viejo, se sentó en el lado izquierdo de la cama y se dio cuenta. Ahora sabía que por más que no la nombrase, por más que eliminara las palabras que la mencionaban y recordaban, ella seguiría estando ahí, del lado de la cama que entra la luz del sol. Y aunque parecía no estar, las sábanas aún mantenían su forma.
      Maldita, pensaba. Y se preparaba para salir. Por primera vez hace ya mucho, salía con un rumbo fijo, había algo que hacer.
      En su auto, viajo hasta el cementerio.Nunca le había gustado ir porque la lápida con un nombre y un cajón que guardaba sus restos, no eran ella, no estaba ahí. Pero esta vez era distinto. Imaginándola ahí, sentada en la posición que solía adoptar, con un vestido que resaltaba su mirar, le habló.
      Le contó que ahora sabía porque las sábanas cuidaban sus formas, porque la almohada recordaba su perfume. Ya entendía porqué aunque no la nombrará, el sol seguía entrando por la ventana buscando su cara para iluminar. Lo que los unía iba más allá de morir o vivir, dijo como si fuera algo que siempre hubiera sabido.
     No necesitaban palabras para existir. 


(sinsentido)

domingo, 6 de noviembre de 2011

El Gran pez.

Un hombre cuenta sus historias tantas veces que, aún después de muerto, estas perduran. De esta forma el hombre se hace inmortal.


El Gran Pez es la historia de muchas historias. Es una ficción sobre ficciones. Cuenta la relación de un padre y de un hijo y su desarrollo, su crecimiento. A través del personaje de padre (realidad a mitades, fantasía por todos lados) e hijo (realismo, verdades absolutas) dos formas de ver la vida o de vivirla entran en discusión. Uno que contaba su historia; él otro que, en vez de creer, la buscaba entre papeles y documentos firmados. 
La muerte, o su rumor, aparecen para cambiar las cosas. Poco a poco Bloom hijo aprende que por mucho tiempo había buscado algo que tenía en frente de sus ojos, que había sido sordo y ciego. 
Al final, un río. Al final, por fin, la verdad. Iluminados por el brillo del sol que se refleja en el agua calma, todos los personajes. El gigante, la bruja, el dueño del circo. 
Al final, el que contaba los cuentos, escucha uno. Al final, el incrédulo cuenta la más linda de las historias. Y el gran pez sigue nadando en el río, para que alguien lo pesque con un anillo de oro, haciéndose eterno. 




Hay un tiempo cuando uno necesita pelear, y un tiempo en que se necesita aceptar que su destino está perdido, que el barco ha zarpado y solo un tonto continuaría. La verdad es que siempre he sido un tonto




(Como Bloom, viviendo entre la verdad que yo elijo, con las fantasía que yo me invento)

lunes, 31 de octubre de 2011

Inception.

¿Cuál es el virus más resistente, que se desarrolla más rápido y es más difícil eliminarlo?. Una idea. Una idea, por más simple que sea, que se logré instalar en nuestra cabeza. Rápidamente se desarrolla y se convierte en algo poderoso, que puede tanto destruirte o definir tu identidad.

jueves, 27 de octubre de 2011

Pero algún día me dejaste entrar.

     Con los ojos rebalsando lágrimas, con una mirada que gritaba desilusión, los dedos crispados de enojo y sus piernas que temblaban ante un súbito impulso de correr, de huir, de escapar; miraba la escena que tanto había temido ver, la que había desterrado de su imaginación una y otra vez. Y aunque la sospecha ya existía, esta nueva certeza le resultaba devastadora. No le quedaba ni un atisbo de su más bella utopía del cual sujetarse, ya no tenía nada, lo que es peor, no era nada. 
                                                                 ...

miércoles, 19 de octubre de 2011

A 7 rayuelas.

        Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja




( 7 ), Rayuela. Julio Cortázar. 

viernes, 14 de octubre de 2011

Astro rey.

Cuando caminaba por la calle, muchas veces sentía su sol, el que llevaba entre ceja y ceja. Le hacía cosquillas, sin quemarle ni dejarle heridas. Era un sol amable, que la cuidaba, y mantenía dentro suyo, una cálida sensación. Su caminar era especial; su cuerpo soltaba una energía especial, como un campo magnético. Su mirar no era común, y atrapaba a las pupilas que le dedicarán unos minutos. Y si, no cualquiera anda por las calles de esta ciudad con un sol entre los ojos

De las cosas que llevaban, me dejaron un par.

Una cosa puede ocurrir y ser pura mentira, o puede no ocurrir y ser más verdadera que la verdad.
Por ejemplo: cuatro hombres van por un sendero. Aparece una granada volando.Uno de ellos salta sobre la granada y "absorbe" la explosión, pero es una granada muy fuerte y todos mueren. Antes de morir, sin embargo, uno de los soldados dice "¿Por qué lo hiciste?", y el que saltó dice: "Es la historia de mi vida", y el otro trata de sonreír, pero está muerto. 
Es una historia auténtica que nunca ocurrió. 


(Las cosas que llevaron. Tim O´Brien.)

lunes, 10 de octubre de 2011

Cortazar.

Ya para entonces me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas. 

jueves, 29 de septiembre de 2011

Complices.

Hoy un bebe sonrió por primera vez cuando, al despertar, encontró la mirada de los ojos de su mamá. Así fue como nació una nueva sonrisa, que llegaba a una ciudad algo gris. Un poco tímida, nada extrovertida pero segura de algunas pocas cosas que le daban paz, salió de la calidez de aquella casa a una noche fría, sin luna.
Pasó su primera noche, sola. La pobre andaba media desorientada, no sabía bien que hacer.
Al otro día, recorría unas calles, solitarias. Todas iguales. Hasta que se cruzó con los primeros que, sin saber, la esperaban. Eran dos chicos, de ropas viejas, que con una pelota salían a jugar al terreno de enfrente de sus casas.
Creciendo así, inició un viaje, de los que no terminan. De los chicos que jugaban a la pelota, a dos viejos amigos que se reencontraban. De ahí a una chica que le gustaba cerrar los ojos, cuando andaba en bici, y sentir el aire fresco. En la cara de un aviador que hacía su último vuelo, llegó a lugares lejanos. De boca en boca, llegó hasta mí y me pidió que la cuide porque ella tenía que viajar a la luna. Decía que desde allá, haría que mil sonrisas nazcan.
Sin que me costara mucho, la hice eterna. Porque cuando desde el disco plateado ella me mira, la estoy viendo. Las dos nos reímos y después, seguimos. 

miércoles, 28 de septiembre de 2011

La desmemoria /1
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich.
A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz porque ha perdido la memoria que tenía.
El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía, ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.


Galeano.
Hay días que me llevo muy bien conmigo misma. Hay días que no. 

domingo, 25 de septiembre de 2011

Cada loco con su tema .

No me gustan las etiquetas, porque son estáticas. Sus letras, sus palabras parecen moldes fijos, que encierran y no permiten crecer.
No me gusta la palabra normal. O raro. ¿Quién decide qué es cada cosa? Igual, si tuviera que elegir una de las dos, me gustaría merecer ser de la segunda.
No creo en el “viví el presente” obsesivo. Si fuera así, ¿qué hacer con lo que nos enseño el pasado? ¿Lo bailado, lo sufrido, lo reído? ¿Y lo qué nos espera adelante? No, olvídate.
Nunca y siempre. Dos palabras que nos encanta decir, dos palabras en las que nos encanta creer. Dudo seriamente de su real existencia.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

En este banco verde.

   - Ellos solamente aparecían por los últimos días de febrero. En esos días de sol, que no se apiadaba de nada y quemaba las mañana con un fulgor intenso. En esas tardes pegajosas y largas, de mosquitos y mates. En esas noches lindas, que no deberían terminar nunca. Entraban en escena por esa calle que ya no era recorrida, en fila india como yendo a una fiesta o marchando hacia otra de sus batallas. No era difícil reconocerlos, nunca cambiaban: el tiempo les era ajeno. Su mirada encendida, como fuego. Su caminar tan particular, lento pero firme y con un ritmo que te encendía, como si se estuviera presenciando el más antiguo de los rituales. Sus disfraces, sus colores, sus pies desnudos, sus bailes y gritos.  
    Bautista escuchaba atento lo que su abuelo le estaba contando. Siempre se habían llevado muy bien y se entendían como si fueran la misma persona. Esa tarde, su mamá, con los ojos vidriosos, le había dicho que entrará al cuarto del abuelo para despedirse. No había entendido bien. Pero ahora, que estaba ahí adentro y que había escuchado un tono distinto en las historias que tanto le gustaban, había visto que era un adiós distinto, uno que nunca había dicho. Siguió escuchando lo que su abuelo le estaba contando.
   - Yo me acuerdo, cuando era chico como vos, esperaba esas tardes de verano. Me sentaba en el banco verde del centro de la plaza y esperaba, esperaba el sonido de su repicar, de su carnaval (o re-carnaval, como me gustaba decirle). Y cuando empezaba a adivinar sus movimientos, sus sonidos todo el mundo a mi alrededor desaparecía. Me hundía en su ritmo y era estúpidamente feliz. Cuando salía de ese sopor los miraba un rato más, me costaba escapar de sus carcajadas. Y me volvía para casa. 
     El abuelo tomó un poco de agua; hablar ese día le estaba costando más de lo acostumbrado. Bautista se acomodó, impaciente.
    - Me encantaba verlos y soñar con que un febrero yo sería el que encabezará esa fila. Pero había algo que no entendía. No podía entender como nadie más se sentaba conmigo en el banco verde a mirarlos. Parecía como si fueran invisibles a los ojos del resto. Pero yo no estaba loco y ellos estaban ahí todas las tardes de febrero. ¡Cómo podía ser que no mirarán!. Eso pensaba yo, cuando era así como vos. Chico y soñador. Pero un día yo también deje de mirarlos. Fue un año que me olvide de febrero, lo perdí, en algún trabajo, en alguna mujer. Y al siguiente fui cobarde, y no me senté en el banco verde, y no esperé verlos venir. 
     La puerta del cuarto se abrió. Era la mama de Bautista que entraba para darle un remedio a su papá. Cumplió con su tarea y se fue, sabiéndose de más.
    - ¿Sabes por qué te cuento esto Bau? - Bautista sonrió, siempre le había gustado que él le dijera así. - Porque yo te conozco, y me reconozco en vos. Y por eso te quiero pedir algo. Quiero que vayas a la plaza y te sientes en el banco verde. Y que esperes, que esperes y que no te olvides. 
    Esa misma tarde Bautista fue a la plaza. Y llevó la armónica para jugar con algo mientras esperaba. El sonido no tardó mucho en dejarse escuchar. Mientras el sol regalaba sus últimos rayos por ese día e iniciaba su lenta caída, el polvo de la calle se empezó a levantar. Unos pasos, profundamente rítmicos, se veían venir por la calle. Un desfile, en fila india, de muchas personas fuertes y sonrientes nacía a lo lejos.
    Atónito, Bautista miraba a su alrededor, quería ver si era verdad que ya nadie miraba. Y si, el abuelo tenía razón. Todos andaban perdidos, en días sin más febreros, sin más alegrías. Decidido, se atrevió no sólo a no olvidar sino a seguir ese carnaval. Tuvo la valentía de no volver. De no salir del trance que lo había hecho "estupidamente feliz". Y se unió al desfile, sin saber tampoco si era una fiesta o una guerra. Además de esa forma, no tendría que despedirse del abuelo
    Y así, de vez en vez, alguno se les unía. En cada ciudad, encontraba alguna mirada, de esas que no solamente ven, sino que miran. Ojos especiales, como los tuyos, como los míos que clavados en una calle que no viene ni va ningún lado esperan, en una plaza, en este banco verde, la entrada de los fantasmas de carnaval. 




(Todo, a partir de una canción) 
    

martes, 6 de septiembre de 2011

Tus ojos.

Como hace ya infinitas tardes, Clara caminaba por las calles de esa ciudad que había dejado de sentir suya. Escuchaba el sonido de las bocinas, retazos aislados de conversaciones ajenas. Pero no era ella. Sus movimientos parecían estar, si existiera tal cosa, predestinados: ella un títere, atada inexorablemente a los hilos de algún titiritero cruel.
Ajena a todo esto sólo podía pensar en lo que había pasado aquella vez. Cuando Máximo la había llamado y le pidió encontrarse en la casa de ella, no imaginó que él quisiera decirle adiós. Menos, que sería la última vez que sentiría la cálida sensación de verse reflejada en sus ojos.
 Un perro de la calle le ladró pero ella ni siquiera se sobresaltó; estaba recordando como él le había gritado, mientras ella lloraba. En un acceso de enojo, él le había pegado un puñetazo a la pared, y tirado una silla pesada al piso. Recorrió, todavía furioso, con pasos firmes el cuarto. La abrazó y con un portazo se fue.
Sin darse cuenta había caminado mucho. El paisaje estaba cambiando; los ruidos del tránsito, lentamente, callaban. No sabía donde estaba pero, empezaba a escuchar grillos y, en la copa de los árboles, el cotorreo de los pájaros. El asfalto caliente había dejado el lugar a un pasto verde y suave. Se sentó. Cerró los ojos y sintió a lo lejos el fluir tranquilo de un arroyo. Despacito, como quién cuenta un secreto, y entre lagrimas silenciosas, cantó la canción que él había escrito para cuando se sintiera triste.
 Los árboles parecían enormes, los pájaros subían el volumen de su canto hasta ensordecerla. De repente, se le apareció Máximo. Pero estaba distinto de cómo lo había visto la última vez. Sereno, parecía que flotaba a milímetros del suelo. Con una sonrisa, se acercó y se sentó al lado. Hablaron, como si nunca hubieran estado separados. Pero Clara sentía que algo estaba mal. Tardó en darse cuenta, pero cuando lo hizo se asustó: por más que se mirará y se buscara en sus ojos miel no se encontraba, ya no la reflejaban. Ya no estaba en él.
Vio como su cuerpo estaba ahí sentado con él, entre el pasto y el agua, entre los pájaros. Pero su mente se alejaba, se iba alto y la conversación se distorsionaba, se volvía inaudible.
De repente ya no había ni arroyo, ni pájaros. Escuchaba el ruido del tren, que estaba por llegar a la estación, enfrente a su casa. Si entender nada, se incorporó y abrió los ojos. El teléfono de su casa sonaba insistentemente. Con las manos tapándose la cara, tratando de detener las lágrimas que, inevitablemente, caerían, se acordó. Del accidente, del hospital, de los ojos ciegos de Máximo. De esos ojos que ya no la reflejaban.

viernes, 2 de septiembre de 2011

no es tanto lo que pido.

Ya lo se,
soy un iluso.
Déjame bailar
no molesto a nadie.








no te va a gustar- 

sábado, 27 de agosto de 2011

viernes, 26 de agosto de 2011

ya sé que no te va a gustar.


Y la verdad, sin la verdad
no van a llegar muy lejos
porque ellos no pueden volar
no conocen el viento.


(Ahora... la verdad ya hace mucho que me gana al juego de las escondidas)

jueves, 25 de agosto de 2011

armaduras cobardes.

 Hay veces que la entereza, la serenidad me definen y eso se refleja en mi mirada, en mi sonrisa y en la forma que  camino. Tengo fuerza para sobreponerme a todo y ninguna palabra prohibida sale de mí interior (ni siquiera es necesario que las calle). Ahí, justo ahí es cuando estoy lista y veo posible un camino diferente, una revolución, si, pero de esas que se llevan dentro y se contagian. Una revolución que sale de mí, de muchos más, silenciosa, tranquila, que va a su propio ritmo y tiene como principal combustible la paz y la empatía.
Pero no. No siempre es así. Como suele pasar, al blanco le sigue el negro, hay veces que me siento derrotada. Como si hubiera un "algo" que condenara mis gritos al silencio. Como si en la ultima mano de truco, el azar me regalara tres cuatros. Y ahí me canso. Todo lo que me parecía bueno y genial, me suena a algo vacío, que me marea y me pierde. Palabras huecas que me ilusionan y después me abandonan, dejándome ante el enemigo con un escudo de papel y una espada oxidada, que no aguanta los golpes.

Y ahora, espero que el negro le deje el lugar al blanco, espero que el azar se de vuelta y juegue a mi favor.



(Que lindo es volver.)

sábado, 20 de agosto de 2011

Otra vez del Libro de los Abrazos-



Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadlofflo llevó a descubrirla.
 Viajaron al sur.
 Ella, la mar, estaba mas allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas dunas de arena, después de mucho caminar, la mar estallo ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor que el niño quedo mudo de hermosura.
 Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre;
- ¡Ayúdame a mirar!

(La función del arte. Galeano.)

viernes, 19 de agosto de 2011

¿ Por qué no llorar un poco ?


           ¿Por qué se guardan las cosas?
           Tanto trueno tanto rayo
           Las cosas que no se dicen
           se hacen flores de un pantano.

                 La muerte no existe acá,
                 todo esta vivo, presente.
                 La memoria es asesina,
                 la muerte a la misma muerte.

                      Desembala la memoria
                      que no hay cosa que no sirva.
                      Te va a servir lo amarrado
                      y lo que anda la deriva.

                        ¿Por qué no lloras un poco
               vos que vas bailando tanto?
                                Llora bien, abrí los ojos
               y después seguí bailando.

                                           Podrán lloverte 100 siglos
                    pero ni un segundo más.
                        La desgracia es cuidadosa
                        llega y se marcha puntual.

                   No te pido que te amargues,
                                                          me estás entendiendo mal.
                                                                      El apetito no es hambre
                                                              y moverse no es bailar.

                                                                             Desembala la memoria
                                                                             que no hay cosa que no sirva.
                                                                             Te va a servir lo amarrado
                                                                              y lo que anda la deriva.

                                            ¿Por qué no llorar un poco
                                                                                             vos que vas a bailando tanto?                                                                                              Llora bien abrí los ojos
                                                                                        y después seguí bailando.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Fuegos bobos.

Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana.Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar
de fueguitos.
Cada persona brilla con luz propia entre todas las
demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tanta pasión que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca se enciende.

El mundo. Galeano.

lunes, 15 de agosto de 2011

Volviendo.

Como nadie me espera, cuando desaparezco no dejo rastros. Cuando voy corriendo por estos desiertos, mi estela de luz y espuma -parecida a la del mar- es efímera, y no da pistas al que busca el mismo camino. Un sendero que se transforma en laberinto que no tiene centro, ni premio ni salida de emergencia. Las paredes se me cierran sobre la espalda, sobre mi cabeza. Esta cabeza que no para de pensar, este corazón que no deja de latir y que, encima, se pelean entre sí. Peleas que no tienen sentido porque ni el uno ni el otro se escuchan
          Y ahora escuchado como la estrella de alguien se apago, me acuerdo y busco la mía: la muy turra me abandonó. Y me duele porque sé que no hay otra igual, y me duele porque ahora avanzo a paso lento, en la oscuridad. 
Mi cuaderno de sueños todavía sigue en blanco. 

jueves, 4 de agosto de 2011

- ¿Sabes por qué este mundo no tiene arreglo?
Le aseguré que no sabía. Me dijo:
-Porque las pesadillas de unos son los sueños de otros. 


Adolfo Bioy Casares. Dormir al sol.

miércoles, 3 de agosto de 2011

Esclava de lo que digo. Dueña de lo que callo.

Las palabras que muchas me salvan pueden ser, al mismo tiempo, una sentencia que condena. 
Para tomar impulso y llegas más alto.
Por eso, me callo. Por eso trato de elegir bien lo que digo y lo que me guardo. 

En mi mundo, según mi diccionario decir algo en voz alta es darle una entidad a algo que no quiero que sea verdad. Guardarlo adentro mío significa restarle importancia, minimizarlo. Que se quede sin ver al sol es como actuar a que es mentira. Si todo adentro mío quiere gritar dolor, me coso la boca con agujas de plata e hilo de oro. En cambio, sonrío; busco alguna cosa buena y eso sí, lo grito. 
No es lo mismo que mentir. Es mi mecanismo de defensa. ¿De qué? De mí misma. Así, es como defiendo y escondo las espinas de la rosa.  
Hacer esto es preferir el optimismo antes que a la queja. Una sonrisa en vez de un semblante preocupado. Es poner prioridades. Mi prioridad fue, es y será lo bueno, la luz. 


domingo, 31 de julio de 2011

Puedo volar.

Desde el principio me llamó la atención. 
Estaba buscando una película para ver. Y un nombre me llama la atención. Odette, una comedia sobre la felicidad. Se veía una imagen de una señora que estaba leyendo en un micro. Pero estaba flotando. 
Me causa intriga. Doy vuelta la caja y la parte de atrás explicaba que Odette, aparentemente, no tenía ninguna razón para ser feliz, pero lo era. En cambio Baltasar tenía todo para ser feliz, pero no lo era. Era una película que contaba la historia de un encuentro entre una señora optimista y un hombre deprimido que le estaba buscando el sentido a su vida. 
La llevó.
En efecto, la pobre Odette era una desgraciada que no tenía un motivo para sentirse feliz. Pero así se sentía cuando abría las persianas en la mañana, y se sentía igual cuando las cerraba a la noche. Ponía música. Cocinaba y bailaba; preparaba la mesa, bailando. Sonreía. No había una explicación. Era feliz. 
En efecto, Baltazar era infeliz. Tenía una mujer y un hijo. Tenía plata. Era exitoso en lo que hacía. Pero no le alcanzaba. Varios eventos hace que se despierte y se dé cuenta que en realidad estaba viviendo la felicidad de los otros. Había pensando que el éxito, la plata y muchas mujeres lo harían feliz. Pero eso funcionaba para otros, no para él. 
En efecto, se produce el encuentro de esta señora optimista y de este hombre deprimido que ,desorientado, buscaba un sentido a su vida. 

Odette y Baltasar me volvieron a enseñar que cada uno tiene que encontrar su felicidad. Cada uno tiene que encontrar aquello que haga que su vida tenga sentido, aquello que dé luz y fuerza para luchar contra lo malo y aún así, mantener la cabeza erguida. Es una tarea personal e inevitable y cumplirla es la única forma de sobrevivir, de construir una piedra, un cimiento lo suficientemente fuerte para sostenernos y darnos impulso (y llegar más alto). 
Me volvieron a enseñar también que ese búsqueda es mejor hacerla con optimismo y llenarla de cosas que nos hagan bien. En el caso de Odette ( y creo que en el mio) música y lectura. 
Odette me mostró que es verdad: cuando estamos felices (aunque sea con muy poco) podemos volar. 

sábado, 16 de julio de 2011

I remember when I lost my mind.
There was something so pleasent about that place,
Even your emotions have an echo in so much space.


And when you´re out there without care-
yeah, I was out of touch
But it wasn´t because I didn´t know enough,
I just knew too much.


Does that make me crazy? Possibly.


Maybe I´m crazy
  Maybe you´re crazy
    Maybe we´re crazy. 
                                 Probably.
The craziest. 




(crazy. Gnarls Barkley)