miércoles, 3 de agosto de 2011

Esclava de lo que digo. Dueña de lo que callo.

Las palabras que muchas me salvan pueden ser, al mismo tiempo, una sentencia que condena. 
Para tomar impulso y llegas más alto.
Por eso, me callo. Por eso trato de elegir bien lo que digo y lo que me guardo. 

En mi mundo, según mi diccionario decir algo en voz alta es darle una entidad a algo que no quiero que sea verdad. Guardarlo adentro mío significa restarle importancia, minimizarlo. Que se quede sin ver al sol es como actuar a que es mentira. Si todo adentro mío quiere gritar dolor, me coso la boca con agujas de plata e hilo de oro. En cambio, sonrío; busco alguna cosa buena y eso sí, lo grito. 
No es lo mismo que mentir. Es mi mecanismo de defensa. ¿De qué? De mí misma. Así, es como defiendo y escondo las espinas de la rosa.  
Hacer esto es preferir el optimismo antes que a la queja. Una sonrisa en vez de un semblante preocupado. Es poner prioridades. Mi prioridad fue, es y será lo bueno, la luz.