domingo, 22 de mayo de 2011

mil tormentas vendrán.

El miedo es un mal consejero, dice el dicho popular. Y tiene toda la razón. Es este el sentimiento que nos hace dos pasos para atrás cuando damos medio para adelante. Es el que nos retiene de jugar, de hacer, de decir; y cuando el miedo es muy grande, hasta de vivir.
Pero después de cada una de esas tormentas
habrá una tarde soleada.  
Cuando pienso en mis miedos, al principio, no se me ocurre ninguno; después muchos. Quiero dejar de sentirlos.
Primero, la muerte. Me aterra pensar que ese manto oscuro corte mis mañana antes de tiempo. Todavía tengo mucho que decir, mucho que hacer. También me saca la respiración apenas la idea de que cualquier persona allegada a mí se vaya para siempre.
Segundo, miles de "pequeños" miedos, pero todos me paralizan sin dejarme avanzar. Miedo a equivocarme, al ridículo, a sufrir. Incluso me es imposible escapar de la sensación del horrible cosquilleo que se siente al estar solo en la oscuridad.
Creo que, en general, miedo a lo desconocido, a lo que es mayor que nosotros o se nos presenta como indomable. A ser menos, a ser vencidos o a pasar tan inadvertidos como una brisa. 
El aspecto clave del miedo es, en mi opinión, la actitud que tomemos ante este. Podemos ser víctimas y vivir nuestros días a su sombra, bajo las limitaciones que estos nos impongan. O podemos aprender a reconocerlos, admitirlos y tratar de que se evaporen.